Los Enigmas de Sta. Ava Caterina - Las Dos Bocas de Zadbba

 Holaaa. Damos y Caballeras, mundos del jóven. Hoy vengo para atrás. Espero que estén muy bien y si no, que esto los entretenga, los anime, los invite a la alegría por un breve espacio en el tiempo. Yo quiero ponerle onda pero vamos a ser honestos; escribo historias de horror. No son exactamente "alegres". No soy guionista de Beetlejuice. Aunque no creo que la primera haya tenido esa acogida en aquella época. Bueno, hoy seguimos en Sta. Ava Caterina. En ésta ocasión se trata de un cuento que narra la leyenda de Zadbba: una criatura engañosa y aterradora que atrae con su oscuridad a personas perdidas en el bosque de Kahabram. Que la curiosidad sea la llave de la historia.





Las Dos Bocas de Zadba



    Muchas leyendas llenas de misterio rellenan huecos en la historia de Sta. Ava Caterina. Algunas son antigua y otras más recientes. Existe un bosque donde se dice que los peores miedos se hacen realidad. Atrayendo con su energía perversa a las almas errantes que, en su ignorancia, caen en las fauces de la bestia. Ubicado más allá de la montaña Monspinna y abarcando parte de la montaña Licanoicos, yace un bosque conocido coloquialmente como «Kahabram». Allí sus robles son peculiarmente más altos y gruesos que la mayoría de los que habitan la famosa robleda alrededor de Sta. Ava Caterina. Se dice que la luz del sol casi no penetra en él; a pesar de que ni una sola hoja reposa en las ramas de esos colosales árboles petrificados por el tiempo y su inamovible curso para todo lo que sufre el desdén de la mortalidad. Decenas de personas, sobre todo niños, han caído prisioneros del bosque de Kahabram. Es por ello que los campesinos que viven cerca de los montes han tomado medidas estrictas sobre sus hijos. Como prohibirles jugar cerca del bosque o salir a horas de la noche. A pesar de las reiteradas advertencias de sus padres, varios niños y adolescentes, poseedores del pecado de la arrogancia de juventud, entran al bosque y se burlan de las leyendas sobre Zadbba. Todos los granjeros que viven en las proximidades al bosque alertan a los viajeros sobre el peligro que acecha en las sombras; la mayoría, penosamente incrédula, se mofa con altanería de aquellos que de buen corazón les advierten sobre Zadbba y sus dos bocas malignas. Un adolescente llamado Ían, se pasea por donde el bosque se mezcla con la llanura. Él es un joven aplicado y respetuoso que siempre ha obedecido a sus padres y oído sus consejos y advertencias. A pesar de su noble personalidad, también es humano, y la diabólica atracción de Kahabram logra su labor de llamarlo. Una voz suave y pequeña pide ayuda desde el bosque. Ían acude a su llanto. Entonces su padre, que lo estaba buscando, lo toma por su hombro y lo hala hacia atrás para que lo vea a la cara y salga del inquietante trance en el que está sumido. «¡Suéltame, que está en peligro!», exclama el joven con exagerada desesperación. Luego de advertirle sobre esa voz proveniente del bosque, su padre le dice que no oye nada y que es mejor regresar a casa porque el sol ya estaba por abandonar su protección. El joven se resiste y forcejea para que lo suelte, pero al final termina desistiendo y ambos regresan a su hogar. Su madre los recibe y se preocupa por el estado de ánimo y el semblante ojeroso de su hijo. El hombre le cuenta a su esposa lo sucedido y ella entra en pánico. Como al día siguiente su esoso y su hijo debían ir en carreta por el sendero que cruza el bosque para vender sus mercancías a un pueblo que está del otro lado del monte Licanoicos, ella le implora a su esposo que no lo lleve. Argumentando que era sólo un desvarío del joven y que él lo mantendría bajo control, desestima la advertencia de su esposa y en la mañana siguiente ambos parten de Sta. Ava Caterina. En mitad del camino, las pequeñas voces comienzan de nuevo a hostigar al joven. Sentado al lado de su padre observa con pavor todo su entorno. Ni la charla con su padre y sus propios pensamientos logran calmar esas voces que piden ayuda. Su madre le había suplicado no alejarse de su padre en ningún momento. Con ese consejo dando vueltas en su mente, hace caso omiso al llanto desconocido proveniente de las sombras tenebrosas que habitan la robleda petrificada de Kahabram. A punto de concluir con su osada incursión, las voces se interrumpen cuando se topan con unos viajeros que batallaban con una rueda que, misteriosamente, se había soltado de su carro. El padre de Ían, despreocupado por estar ya a escasos metros de salir del bosque, se queda ayudando a los viajeros a reparar la rueda, perdiendo de vista a su hijo. En ese mínimo instante, Ían voltea a su izquierda y ve a una niña vestida de rojo que se le queda mirando con una sonrisa traviesa antes de salir corriendo hacia el interior del bosque. Ían la persigue pidiéndole exaltado que no vaya en esa dirección. Siguiendo los pasos de la extraña niña, sin darse cuenta se sale del sendero. Su padre gira su mirada hacia él y corre para detenerlo, cuando una fuerza invisible lo atraviesa abrumando su pecho con una punzada que le hace temblar las piernas hasta caer de rodillas. Impotente, el hombre se queda inmóvil observando a su hijo posiblemente por última vez. Ían corre tras la niña hasta que ella se detiene mirando hacia el bosque en sentido contrario a él. Al apoyar su mano en el hombro de la niña le dice, «No deberíamos de estar aquí. Mejor vayámonos hacia el sendero». La niña no responde y el silencio los cubre. El bosque de Kahabram tiene un aura lúgubre tan intensa, que ni las aves de carroña lo sobrevuelan. Y los animales terrestres se alejan por instinto. Al igual que el resto de la vegetación, el pasto no crece por la falta de sol. Una cobriza luz tenue, remanente del atardecer, es lo único que ilumina el entorno. Regresando en sí, Ían se da cuenta demasiado tarde de lo que había hecho y mira con pavor a la niña que está de espaldas. Está en silencio. Sólo sentir su hombro frío y húmedo altera su ya entrecortada respiración. Su visión se va distorsionando en espiral y el único ruido que oye es el latido de su propio corazón. Siente su cabeza flotando entre pensamientos que auguran un suceso mortal. Sus pies no hayan firmeza en el suelo desgranado del bosque. Cuando la curiosidad vence al miedo, Ían gira a la niña para ver su rostro, y siente su cuerpo despedazándose; estaba hecho de moho negro. Su ropa se desvanece. Y un hedor a putrefacción se queda impregnado en el aire junto a un aroma sutil a azufre que se va acercando. El joven ve el moho negro en su mano y de allí comienzan a salir gusanos grises que quieren penetrar en su piel. Doblegando su temor, con el único resquicio de cordura que aún le queda, Ían se limpia la mano y sale corriendo para encontrar nuevamente el sendero; cometiendo el error de no buscar la salida de Kahabram que estaba más cerca. En medio de esa inmensidad pierde la orientación y termina más perdido de lo de estaba antes. Oye pasos. Siente pequeños temblores bajo sus pies y un fétido olor a azufre se dispara hasta volverse insoportable. Él huye hasta caer en una grieta rocosa que lo aprisiona. De nuevo es el silencio lo que impera. Y en la vorágine de la desesperación, un pitido perturba sus oídos. Le duele la cabeza y sus ojos se enrojecen. De entre medio de la oscuridad de la grieta se puede ver la silueta se un extraño ser de cuernos retorcidos. Su rostro, manos, piernas y cola son como de reptil. De sus dos bocas, una a la izquierda y la otra a la derecha, sobresalen colmillos manchados con su propia sangre; negra como sus ojos, que miran juzgando al mundo. La presencia de Zadbba se ha manifestado, y a Ían no le cabe ni un milímetro más de terror por lo que sus ojos ven. La bestia se le acerca hasta sentir su fría respiración. El pitido de sus oídos desaparece justo antes de que su voz de ultratumba, duplicada por sus bocas, le hablara. «No temas. No te haré daño si haces lo correcto», se pronuncia. Ían no desea hacer contacto visual con él, pero su curiosidad puede más y queda atrapado por la oscuridad de sus ojos. «No me mates, por favor», imploró el joven, con su rostro de pavor empapado en lágrimas. «Oh no... hay peores cosas que la muerte, muchacho. Y no podrás huir de ellas. A menos que respondas tres de mis preguntas», sentencia Zadbba. Ían duda en entrar a su juego, ya que sabe que nada bueno saldrá de ello. Pero al mismo tiempo tiene miedo de no jugar y perder la chance de sobrevivir. Con el miedo como un mal consejero, accede al veneno de la bestia con la esperanza de sobrevivir. Zadbba posee dos bocas: una dice mentiras y la otra dice verdades. Su boca izquierda le pregunta, «¿Eres cobarde?». Ían piensa, temeroso de equivocarse al responder una pregunta sobre sí mismo. Finalmente contesta, «No, porque si lo fuera no hubiese aceptado este juego». Entonces la boca derecha replica, «Pero eso lo hiciste por miedo a no hallar la salvación. ¿No es cobarde hacer algo por miedo?». Ían responde, «Más cobarde sería no hacer nada esperando el fin». La boca izquierda de Zadbba entonces hace su última pregunta, «¿El miedo no es la ausencia de valor?». Ían piensa y siente que su pecho se retuerce. No sabe si esa pregunta es correcta ni si su repuesta lo será, ya que desconoce si su suerte está atada a la veracidad de sus palabras o al resultado que más satisfaga a la bestia del bosque de Kahabram. Ían finalmente se enfrenta a su destino final y responde algo que una vez le oyó decir a su abuelo, «El miedo es un sentimiento y el valor una cualidad. Los sentimientos no nacen de la ausencia de cualidades, sino de la necesidad de expresar un momento en el tiempo. Se puede ser valiente sintiendo miedo, pero no se puede ser cobarde si tienes el valor como cualidad», concluyó así sus tres respuestas a las tres preguntas en juego. Zadbba asiente y camina hacia atrás, para dejar en paz a Ían, que lo mira con la tranquilidad de ver que su respuesta parece haberlo satisfecho. Antes de irse, Zadbba le dice a Ían que no le hará daño, pero que es muy probable que morirá en esa grieta porque nadie vendrá a salvarlo y él no podrá salir por sus propios medios. A cambio de que el mismo Zadbba lo ayude, le propone contestar una última pregunta, pero que si responde equivocadamente su alma le pertenecerá. Ían de nuevo se ve en apuros. Al leer la situación y dudar de sus propias capacidades, acepta responder una última pregunta para que Zadbba lo libere. Las bocas de la bestia de Kahabram preguntan al unisono, «¿A cuál boca le creerías?» Luego habla la boca derecha en solitario, «Porque la izquierda dice mentiras». «Y la derecha dice verdades», añadió la boca izquierda. Una tragedia. Al caer preso de la ambigüedad no sabe qué responder, porque no hay una respuesta correcta o incorrecta. La trampa de Zadbba se consuma llevándose a otra víctima. De sus bocas salen dos lenguas tan largas que rodean el cuello del joven y entran en su boca hasta la garganta; hasta ahogarlo de manera cruel y lenta. Su sórdido grito no se oye en el bosque, pero éste lugar será la cárcel de su alma atormentada. En las dos caras de la vida, donde lo único eterno es el fin, uno de los mayores males del hombre es la ambigüedad. Nada más se supo de él; sólo su desaparición. En unas breves líneas que le dedica al caso, en su edición del 2 de abril de 1887, el diario The Pigeon Fancier, relaciona la desaparición del joven con la de varias personas durante la conocida como «La fiebre del tesoro de Licanoicos». Un acontecimiento que El Zorzal Cantor describió posteriormente como «una pequeña broma que se les fue de las manos». El caso más recordado por el público en general, por el revuelvo que generó en su tiempo, y porque sus víctimas habían sido vistas por varias personas unos días antes de su trágico destino, fue la desaparición de otros tres jóvenes huérfanos cinco años antes.



Y con esto terminamos otra historia. La verdad, ésta en particular no la escribí con la idea de que sea parte de universo de Santa Ava Caterina. Iba a formar parte de «Ecos de un pueblo perdido». Lo que sucedió fue que estaba corto de tiempo para presentar mi libro para concursar en el premio de literatura de Córdoba y para rellenar unas páginas -que al final no hicieron falta- decidí colocar ésta historia. Ya no deseo cambiar eso. Para los del concurso, mi historia fue mala. ¿Qué opinan ustedes? Hasta aquí llegamos por hoy. Que la luz ampare su camino y la luz les enseñe a transcurrirlo. ¡Mata Ashita!

Comentarios

Entradas populares de este blog

Los Enigmas de Sta. Ava Caterina - El Jinete de Arnedo

Los Enigmas de Sta. Ava Caterina - Los Ojos de Adabelle Wester