Los ecos de un pueblo olvidado| Episodio II: La lámpara de aceite.

    Hola, damas y caballeros, jóvenes del mundo. Espero que estén muy bien. Y si no, que esto los entretenga un breve espacio en el tiempo. En éste blog vamos a continuar con la saga «Los ecos de un pueblo olvidado». En ésta ocasión les voy a contar el primer cuento real de la saga. Real porque no hay introducciones aquí. Si llegaron hasta aquí ya sabrán que se trata de una historia de horror. Así que no se impresionen por lo que leerán a continuación. Bien. Que la curiosidad sea la llave de la historia.






La lámpara de aceite

 

    El niño corre por el campo de sus padres. El niño sonríe con el sol en la cara. Sus mejillas vigorosas rebozan salud, y la muerte se ve lejana. Lo cierto es, que la muerte es esa compañera que nos sigue hasta que nuestras piernas son demasiado viejas y débiles para huir de ella; aunque a veces un suceso imprevisto nos puede hacer tropezar. Los caballeros negros de Gamban arrasan el pueblo, y con él a sus habitantes, y con ellos al niño que jugaba felizmente en el jardín; jardín que ahora está cubierto por las aguas rojas del alma. Varios pueblos cerca de Gamban son devastados y su gente es víctima del genocidio. Hombres, mujeres y niños son descuartizados por los caballeros negros, que con sus rostros tapados por máscaras fúnebres, postran a sus prisioneros frente al tronco seco de una vieja higuera. El verdugo hace caer su cimitarra para mancharla con la sangre de los ciudadanos que imploran, gritan y sollozan como única respuesta al pánico. Luego de ser decapitados, los cuerpos de los ciudadanos son mutilados cortándoles los brazos y las piernas. Sus torsos desnudos son subidos en carretas como mercancía; una muy preciada mercancía. La tribulación de las tribus se agiganta a medida que los ataque se hacen más frecuentes. En Gamban, sin embargo, el pueblo recibe a sus caballero negros con la algarabía festiva de quien da la bienvenida a sus héroes; encontrándose así muy lejos de los horrores que se esconden debajo de las mantas que cubren sus carretas. Mientras las personas que habitan Gamban viven en paz, los habitantes de las tribus menores que temen ser subyugados por los gam'ul, comienzan a enviar emisarios a la gran ciudad de Dinasheb, capital del reino de Donaeb, para pedir ayuda a los don'ul y así recobrar la paz entre las tribus. El rey de aquella tierra recibe a los emisarios con cordialidad y la cortesía obvia de quien persigue sus propios intereses. Todos concuerdan en lo mismo: deshacerse de Gamban y de sus caballeros negros. Las condiciones del pacto entre los pueblos son de esperarse: el rey de Donaeb quiere quedarse con las tierras de Gamban y con sus riquezas. Los emisarios se niegan a aceptarlo, temiendo que el poder acumulado de los don'ul se les vuelva en contra una vez que el conflicto termine. Lamentablemente, para quienes se hallan en momentos de necesidad, la incapacidad porta el rostro de la esclavitud. Las tribus menores terminan accediendo al pacto bajo las condiciones de Donaeb. Nadie sabe muy bien por qué los gam'ul, siendo un pueblo pacífico, se habían convertido en demonios de la conquista. Todo comenzó cuando la peste de las ratas asoló Gamban. Los muertos iban en aumento y el pánico se agigantaba anidando el terror en el alma de sus habitantes. Madres, padres, hermanos e hijos lloraban sin consuelo el agonizante último aliento de sus seres queridos. Un día, con una tenebrosa caravana y oscuros cánticos indescifrables, llegaron provenientes del río Kelifí a la ciudad, los encapuchados monjes negros del este: Los Brujos de Lebaeb. En audiencia con el rey de Gamban, ellos le rindieron tributo dándole por obsequio pócimas hechas por ellos mismos, esclavas para satisfacer cualquier necesidad o deseo que tenga, soldados enmascarados cuya apariencia los hace ver imbatibles, y tesoros exóticos de diferentes procedencias. Por último, y lo más importante, le ofrecieron la cura para la peste; aunque la mayoría descreyó esas palabras al inicio. Entre los obsequios al monarca se encuentra una reliquia antigua cuya existencia sólo se conocía en leyendas hasta ese momento: La Lámpara de Satadeo. Ésta lámpara de aceite hecha de oro es misteriosa y esconde un atractivo difícil de describir con palabras, pero emana ese abrumador poder del culto de lo prohibido. Todo lo ofrecido por los brujos de Lebaeb está atado a la única condición de que ellos puedan establecer allí una catedral y que todos en Gamban rindan culto y adoración al Dios Satadeo. Todo el consejo le pide al rey que no deje entrar a la ciudad a monjes que practican ritos paganos, pero el rey hace oídos sordos, y cegado por la desesperación y la ambición accede al pedido de éstos predicadores del pecado. Luego de aquel suceso todo se hizo humo. Sólo se sabe que los monjes oscuros tomaron el control de la ciudad y comenzaron a enviar a sus emisarios de la catástrofe en busca de aquella preciada y macabra mercancía. Los caballeros de Lebaeb portan una armadura negra hecha de hierro, una afilada cimitarra y sus características máscaras fúnebres en honor a Satadeo. Su apariencia es lúgubre y su verdadera esencia es abominable. Desde niños son brutalmente golpeados, atormentados, y finalmente violados por los monjes oscuros. El entrenamiento es tan duro que la mayoría sucumbe antes de cumplir catorce años. Los que mueren en el entrenamiento son desmembrados y servidos como alimento a los ganadores en un rito de canibalismo. Todas las atrocidades a las que son sometidos es con el único propósito de crear un ejército con la mente rota. Sin las limitaciones de la moral humana. A modo de ritual, cuando conquistan un pueblo lo hacen de la misma forma en la que fueron entrenados. Es por todo esto y más que el pueblo de Lebaeb vivía como nómadas errantes; siendo temidos y rechazados, tratados como parias, por todos los demás pueblos. Es en éste punto, que los líderes de las tribus aledañas a Gamban se unen bajo el mando del más fuerte entre ellos: el Reino de Donaeb. Y marchan para conquistar Ershek, la capital de Gamban. El asedio dura días. El ejército de Donaeb hace el trabajo fácil mientras mandan a los humildes soldados de las tribus a servir como sebo y sacrificio. Una vez penetrados los muros de Erchek, la batalla se vuelve más cruenta y canallesca. Aunque los abominables caballeros de Lebaeb aterrorizan a todo aquel que osa hacerles frente, sólo es cuestión de tiempo para que vean que también pueden sangrar. Luego de la tormentosa y sangrienta contienda, la alianza de Donaeb y el resto de las tribus sale victoriosa. La bandera de Donaeb es clavada como insignia en la plaza central de la ciudad, ante la atenta mirada de los líderes del resto de los pueblos menores que ya ven la codicia y la avaricia en los ojos del gobernante de los don'ul. El rey de Gamban es decapitado al día siguiente y los monjes negros son aprisionados para que languidezcan en una jaula aguardando el castigo de la hoguera. Los días corren y con ellos se consuman los pecados del exceso. El rey de Donaeb y sus aliados devoran los banquetes que día tras día se sirven para su agasajo. El vino no da a abasto para saciar su sed. Y las más suaves y bellas compañías no reducen su lujuria. El rey de Donaeb se regodea en el poder conseguido y se sumerge en el tesoro de los gam'ul, ignorando el mal que posee la lámpara de aceite de los brujos de Lebaeb. La lámpara lo atrapa, lo seduce con su brillo y cae preso de su cautivadora belleza. Siente que al mirarla algo lo llama insistentemente: "Deseos, deseos, deseos, deseos, deseos. Todos, todos, todos, todos. Cumplir, cumplir, cumplir", le susurra, prometedora y seductora la lámpara. El festejo glorioso parece ocultar la sangre derramada por los gam'ul, pero se respira en el aire la bruma espesa de los seres de las tinieblas. Una energía oscura emana de la tierra como si el mismísimo Dios hubiese apartado la vista. La lámpara de Satadeo está casi vacía de aceite y toda la paz sobre la tierra se va acabando a medida que se va apagando su fuego. Entonces la peste los abate con la fuerza del averno. Es allí cuando el rey descubre la verdad detrás de la famosa lámpara: es un objeto poseído por el mismísimo demonio Satadeo. La lámpara lo llama nuevamente. Al mirarla con tanta insistencia él siente que toda la habitación le da vueltas. Una bruma oscura cubre su cabeza, y oye su eco decirle frenéticamente: "Hambre, hambre, hambre, hambre, hambre. Muerte, muerte, muerte, muerte. Hazlo, hazlo, hazlo". El rey queda aterrorizado, ahogado en ese miedo que todo lo sacrifica. Bajo el castillo de Erhsek yacen las mazmorras donde se esconde la perturbadora razón de las conquistas de los gam'ul: utilizan la grasa de los torsos humanos para hacer el aceite con el que se alimenta la lámpara, y por ende, al demonio mismo. El rey de Donaeb al fin entiende las peticiones de la lámpara, y lejos de horrorizarse, se pone a disposición del maligno. Manda a sus hombres a que liberen a los brujos y llenen la lámpara inmediatamente, antes de que el demonio Satadeo se libere y cubra su tierra con la oscuridad de los días de la muerte. Cuando el aceite se acaba y el la llama agoniza, la desesperación del rey lo lleva a impulsar la peor de las depravaciones. Los caballeros negros de Lebaeb reavivan su contienda sangrienta en busca de la muerte necesaria para producir el aceite que la lámpara demanda. La guerra estalla una vez más y la traición de Donaeb toma por sorpresa a sus pueblos aliados; la realidad que todos habían temido finalmente ha ocurrido. Ésta vez nada ni nadie puede evitar la masacre. Donaeb se ha convertido en el peor enemigo de sus antiguos aliados; que en su afán de hallar paz, sólo le han cambiado el rostro al tirano que ahora asola la tierra que tanto intentaron proteger. La lámpara no saciará nunca su sed mientras los hombres que luchan contra su depravación yacen corruptos también. Como el papel que se ha doblado y jamás se endereza porque se nota su doblez, los hombres no corregirán su rumbo si sus acciones están marcadas por las mismas tentaciones y temores. Para mantenerse encendida, la lámpara de Satadeo exigirá siempre un sacrificio. Si éste no se le es otorgado, se romperá el sello que liberará al demonio de su prisión, causando una catástrofe aún mayor; más aterradora, más macabra y pecaminosa. Algunos se preguntan si tal vez esto no sería necesario para, de una vez por todas, enfrentarse al fin. Mientras tanto, la sangre se derramará sobre la tierra de Dios, buscando su clemencia, buscando el punto de inflexión en el ciclo perenne del anochecer y el nuevo amanecer del hombre.

 
    

    Bueno. Aquí termina éste cuento. Espero que les haya gustado y les haya dado tanto asco como a mí en escribirlo. Como nota de color les puedo mencionar la leyenda del jabón hecho a base de humanos; un experimento en la Alemania Nazi. Les dejo un link de Wikipedia al respecto al final del blog para que se lleven algo de historia real y vean que la realidad puede superar con creces a la ficción. Si les gustó mi historia, háganles saber sobre ella a sus familiares y amigos. Comenten lo que piensan al respecto y... Que la luz ampare su camino y la oscuridad les enseñe a transcurrirlo. Hasta el próximo relato.




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