Una invisible obsesión
Una invisible obsesión
«¿Qué difíciles son los hombres?», le dijo Evangelina a su amiga, Esther, mientras mira a lo lejos sujetándose el mentón con la mano. Reposando el codo en la misma mesa del café al que va luego de una decepción. Parece ser el típico comentario de una mujer frustrada por un desencuentro amoroso, pero en el fondo de su ser, se esconde un malestar que va más allá de un simple desamor; es un ferviente deseo por hallar control. La charla culmina con las amigas yéndose cada quien por su camino. De vuelta en su casa, Evangelina decide matar el tiempo limpiando y organizando su placard. Revolviendo entre cajas y bolsas viejas, encuentra un regalo de su anterior cumpleaños. Aquel obsequio era de su madre, y se trata de un libro titulado: Secretos y mitos sobre las tulpas. La investigación sobre los misterios inexplicables del ocultismo nunca fue algo que a ella le apasionara, pero como a su madre le gustaba, estos temas le resultaban familiares. Luego de hojearlo le resulta aburrido y sin sentido, por lo que termina desestimándolo, dejándolo de adorno en su mesa de luz. Termina de ordenar el placard y se cocina una cena más temprano de lo habitual para llegar antes al trabajo. Su deseo madrugador tenía que ver conque, en la oficina donde trabajaba, hay un hombre que suele coquetearle. Siente que puede suceder algo. En la mañana, este hombre aparece como de costumbre utilizando algún pretexto tonto para acercarse a ella. Evangelina ésta vez accede a tener una cita con él y ambos quedan en salir ese fin de semana. Los días posteriores se llenan de ilusión. Ella trata de hacer su mejor elección de ropa para seducirlo. Hasta su amiga la ayuda en esa labor tan importante y poco valorada. Como no logra hallar nada que satisfaga sus pretensiones, ambas van de compras para elegir un vestido nuevo. En medio del centro comercial, Esther observa en Evangelina la mirada del deseo y anhelo amoroso una vez más. Tantos pretendientes que ha tenido, tantos novios que ha dejado y la han abandonado. El amor a sido una obsesión en su vida, y sólo ha acumulado decepción tras decepción. Lleno de hombres casados, mentirosos y machistas fracasados, su prontuario no está exento de nada más que de inútiles cuyo ego la han ahogado en un mar de penas que incrementan sus insanas pretensiones. Esther sufre por su amiga, pero ignora el hecho de que ella también a puesto de lo suyo en sus fracasos, y eso es el incontenible deseo de controlar la relación; ¿Evangelina busca una pareja? ¿O sólo le apetece tener a un hombre que esté tan atado a ella que pueda así gobernar sobre él? Luego de comprar su nuevo vestido, el que usaría en la cita, las amigas se despiden y Esther le desea suerte; por dentro realmente lo desea, pero también quiere que ella se valore más. De nuevo ignora cuales son sus verdaderas intenciones. Llega el sábado y las expectativas son altas. Aquel hombre que siempre había querido seducirla lo había conseguido. En la cena todo se ve perfecto. Es un lugar caro y él le pide que no se restrinja, que él se haría cargo de todo. Luego de una exquisita velada donde la charla fue tanto enriquecedora como prometedora. Él se compromete con ésta relación que él dice que es algo mucho más serio que una simple cena. Ella se obnubila con sus palabras y se suelta demasiado. Él la invita a su departamento, y ella accede fascinada por su personalidad tan cortés y caballerosa. Apenas unos breves pasos más allá del umbral de la puerta, comienzan a besarse, quitándose la ropa en el camino de la entrada a la cama. Los dos se revuelcan como víboras que sólo buscan sacar provecho del otro. Pasan la noche con los excesos lógicos de una lujuria sin prejuicios, pero también sin amor propio, sin dejar nada a la imaginación. Mientras él tiene su cabeza atorada entre sus muslos, ella sostiene su cabello de manera dominante. El cambio de postura no sería otro que ella encima de él sosteniendo sus manos contra el respaldo de la cama, para que él no pueda hacer nada más que mirarla de manera lasciva con esos ojos de idiota que sólo vela por su propio placer. Arriba del respaldo de la cama hay un espejo donde ella se mira con un dejo de desprecio. «No puedo permitirme fallar ésta vez», piensa al gemir frenéticamente, de manera en la que capta más la atención de él. Luego de una noche llena de pasión, se quedan platicando sobre sus vidas en un tono pícaro y jocoso. Como es domingo, ella le propone que lo pasen juntos también. Pero en ese momento a él se lo ve incómodo. Como no quería forzarlo para que él no se sienta presionado, ella no le insiste y se marcha de vuelta a su casa, invitando a Esther para contarle todo lo que había pasado en la noche anterior. Cuando le cuenta cómo era él, cómo le sigue la corriente en todos sus caprichos, lo hace confiada de que al fin había hallado al hombre de su vida. Su mirada llena de brillo e ilusión hace feliz a Esther, pero no es nada que ya no haya visto antes, y teme que no termine siendo otro de sus ásperos y tristes desamores. «Me pone muy feliz que te sientas así, pero, ¿no deberías de ir más despacio? No ha pasado ni un día de que esto comenzó. No me gustaría que te hieran otra vez», ese comentario de Esther no es muy bien recibido por Evangelina, y la acusa de estar celosa de que ella tenga a tantos hombres interesados cuando ella no tiene a nadie. Esther se siente algo herida porque su amiga tenga esa visión tan negativa sobre ella. Al final terminan discutiendo, y todo acaba cuando Evangelina le recrimina estar conspirando en su contra para que sea una fracasada como ella. Esther comienza a llorar, un poco por la angustia y otro tanto de ira. Las amigas terminan peleadas y no vuelven a hablarse en semanas. Al día siguiente, Evangelina recibe un ramo de flores con una tarjeta que decía, «Gracias por una noche inolvidable». Ella la lee y tiene el deseo arrogante de que Esther esté allí para restregárselo en la cara. Pasan varios días y tiene varios encuentros con éste hombre; que poco tiempo de calidad le dedica en la semana. Él se escusa con el trabajo y ella lo entiende y lo pasa por alto, esperando que cambie en un futuro a mediano plazo. Con el correr de los días su relación se va haciendo más fría y distante, mucho menos romántica y comprometida que antes; todo se había limitado a ella satisfaciéndolo sexualmente. Evangelina se lo recrimina, y él, para mantener cierta calma, la invita a salir a un afamado restaurante local. En medio de la velada él le entrega un sobre. Ella lo abre y ve que se trata de dos pasajes a Miami. Si bien ella se emociona por la sorpresa, le pregunta el porqué de éste repentino viaje juntos. Él le explica que lo habían enviado por razones de negocios, pero que una vez que eso esté resuelto tendrían una semana para disfrutar todo lo que quisieran. La sonrisa de Evangelina se ve un poco afectada por la noticia, ya que ella no era la causa principal de dicho viaje. Más allá de eso, sus ojos se encandilan con la idea de viajar y ya piensa en los trajes de baño que llevará y los lugares a donde le gustaría ir. Él entonces propone un brindis y ambos alzan su copa de vino. Entre medio de su copa y la de él, ella ve a una furibunda mujer entrando al restaurante. «¡Maldita gata!», le grita la mujer. «¿Qué le pasa?», le pregunta Evangelina sin saber porqué la estaba tratando de esa manera. «¡¿Cuánto te paga mi marido por noche? ¿No sabes que este malparido tiene familia?!», le recriminó la mujer antes de arrebatarle la copa de vino para tirárselo en la cara, humillándola delante de todos en el restaurante. Él trata de calmar a su esposa, pero le es imposible hacerla bajar a tierra. La mujer se arranca el anillo del dedo y se lo lanza al marido en la cara. «Suerte con tu mujerzuela barata. Porque quiero el divorcio. Te voy a sacar hasta las ganar de comer. Ve a casa, recoge tus cosas de la vereda y despídete de los niños; no los volverás a ver nunca más», sentenció. Evangelina se queda en shock, mirando los detalles del mantel de la mesa, ignorando los insultos y agravios de la mujer despechada. De su mano caen al suelo los pasajes a Miami. Ella ve cómo la mujer sin querer los pisa antes de irse; Evangelina siente que no son los pasajes los que están tirados en el suelo pisoteados, sino sus sueños también. El hombre no logra evitar que su esposa lo escuche, así que trata de explicarle la situación a Evangelina, pero ella recoge su bolso y la poca dignidad que le queda para, sin previo aviso, marcarle los cinco dedos en la cara con una bofetada que va a recordar. De regreso en el frío vacío de su casa, lanza su cartera y sus zapatos con bronca para lanzarse sobre la cama y llorar largo y tendido; de nuevo es éste sentimiento de soledad que la asola. De tanto llorar por sus sueños rotos se queda dormida, y no despierta sino hasta que son las cuatro de la mañana. Al fijarse la hora en su celular, también se fija en el libro que su madre le había obsequiado y ella tenía hace semanas como mero adorno en su mesa de luz. Como siempre que alguien se siente solo y sin nada que lo llene, ella prueba cosas nuevas para ver si algo logra ocupar ese vacío existencial. Al leer más detenidamente sobre las tulpas -estos entes oníricos que toman mente y voluntad propia en el mundo físico gracias a la sugestión- comienza a interesarle hasta el punto en el que desea seguir estudiando al respecto. Luego de leer varios artículos en internet sobre las tulpas, de pronto tiene una epifanía: si el hombre de su vida no existe, ella lo crearía con su mente. Evangelina no tiene ni idea de lo peligroso que es lo que está por hacer, y más en un estado de ánimo que es perfecto para parasitaciones de entes negativos, pero está decidida a llevar a cabo su férreo deseo. Comienza a practicar una meditación con visualización, pero nada se le viene a la mente más que la personalidad del ser que quiere crear. Es entonces que entiende que necesitará dos cosas; un nombre y una imagen qué visualizar. Luego de buscar entre sus cosas de la adolescencia, encuentra una fotografía de ella con un ex novio con el que había tenido un romance muy apasionado. Luego, decide llamarlo «Harry»: el nombre de un artista que le gusta sobradamente. Tomando la fuerza de sus recuerdos con su ex novio y sus deseos, direcciona todos sus pensamientos y el deseo de su alma en poder crear al hombre de sus sueños. Día tras día alimenta al ente. Con el tiempo todo vuelve a la normalidad. Ya no se siente tan triste a medida que su amor e idolatría por Harry se incrementan. Un día, se encuentra con Esther en el café al que solían ir, y para hacer las pases la invita para conversar. Evangelina le pide disculpas por lo que había sucedido aquel día en su casa. Admite su error y que ella tenía razón en apostar tan fuerte su corazón en alguien que ni conocía. Charlan por una hora y se ponen al día. Antes de irse, Esther le pregunta con una sonrisa pícara si ya había encontrado, «Otra ilusión». Evangelina le responde que sí, y su amiga la mira como alertándola de que no sucumba ante la desesperación de sus sentimientos, entonces ella le dice que con el hombre que está ahora va muy despacio, pero que éste sí sería el definitivo. Al decirle que se llama Harry, se queda pensando y le parece curioso ese nombre. «¿Es extranjero?», le pregunta. «Algo así», responde Evangelina sin dar más detalles. Ambas siguen con su vida, y el tiempo ahora es el que hace su trabajo. Semana tras semana, ella le cuenta a todos lo maravilloso que es Harry. Algunos no le creen que ese hombre exista, pero los que sí, se alegran por ella; algunas compañeras hasta la envidian. Ella estaba segura de lo que estaba tratando de hacer, pero a medida que van pasando los meses y nada ocurre, sus compañeros y conocidos comienzan a sospechar que todo era una mentira. Mientras su soledad y angustia van en aumento, Evangelina se va sintiendo más y más cansada. Hay días en los que ya no quiere ni levantarse de la cama. Una tarde, en la que no trabajaba, se queda en su casa merodeando sin saber qué hacer. La angustia anidada en su pecho ya era demasiada como para soportarla, y se rinde ante ella rompiendo en llanto. Postrada en el suelo, el ruido de la puerta cerrándose con violencia la asusta haciendo que alce su vista. Se siente extraña, como si alguien más estuviera en la habitación además de ella. Entonces una bruma traslúcida perturba su visión, y siente cómo que algo invisible toca su mejilla limpiando sus lágrimas. Ella se echa para atrás asustada. Su pecho se mueve mientras su respiración se acelera; casi se marea por estar hiperventilada. «¿Harry...? ¿Harry eres tú?», pregunta mientras mira para todos lados buscándolo. Al cabo de unos segundos luego de la pregunta se cae un libro del estante. Se trata de un libro de cuentos, que al caer se queda abierto en una página donde está el título de un cuento titulado, «El viajante onírico»: un relato de romance de índole fantástico. Evangelina ve esto como una señal, y no cabe en sí de la alegría de haber logrado lo que quería. En la noche, comienza el viaje de ida hacia la locura. Mientras duerme, ella siente cómo algo tironea de sus sábanas. En sus sueños siente la estimulación de la realidad. Harry la desnuda lentamente. Ella se despierta y ve con claridad como algo invisible acaricia su piel, masajeando sus pechos lujuriosamente. Su placer la hace emitir pequeños sonidos que parecen aumentar la frecuencia en la energía de Harry, al estar atado él a ella. Lentamente va sintiendo algo que pesa sobre su cuerpo, y este ser sin cuerpo la posee como si realmente estuviera manteniendo relaciones con acceso carnal. Mientras ella cierra sus manos arrugando las sábanas por el placer, muerde su labio inferior sintiendo que algo similar a una boca recorre todo su pecho hasta su cuello. Ella cierra sus ojos y todo se ve más claro; Él está allí, y está para cumplir todas sus exigencias. En la mañana se ve al espejo y nota pequeñas marcas como de chupones en su cuello. Evangelina está tan enamorada de su, «hombre perfecto», que ignora totalmente la naturaleza antinatural de este encuentro paranormal. Con el correr de los días esto se repite. En la noche, mientras la luz de la luna entra por las rendijas de su ventana, iluminan vagamente la forma de Harry en el aire. Ella mira en su dirección y abre sus piernas como invitación. Él corre hasta su encuentro, y ella lo recibe estirando sus manos sintiendo que realmente puede tocarlo. Todas las noches comienza a acostarse desnuda para él, tomando diferentes posturas para que él encuentre otras formas de llevarla hasta el clímax del placer orgásmico; esta energía sexual que ella emana es tan fuerte que él se alimenta de ella hasta ir vaciándola poco a poco. Visitada por Harry para ser poseída por él cada vez con más intensidad, a veces hasta con brusquedad, su fuerza vital es drenada noche tras noche. Llega un punto en el cual su vida con Harry comienza a afectarle en su vida cotidiana. En el trabajo ya no puede esconder sus moretones en el cuello y en las piernas por sus encuentros con él, y sus compañeras le hacen notar lo mucho que había cambiado; siempre fue la chica alegre y descocada de la oficina. Ahora está apagada y triste como una flor marchitándose sobre el final del otoño. Ella al oír las preocupaciones de sus allegados se da cuenta que esto la está matando, y al regresar a su casa lo hace con la penosa decisión de deshacerse de Harry. «¿Pero cómo?», se pregunta a sí misma. En esa noche, durante sus relaciones con él, Harry aprieta su cadera tan fuerte que siente que la quema. Evangelina pega un grito de alto, y con enfado le dice, «¡Basta, ya estoy cansada de que hagas lo que quieras conmigo!». De pronto una fuerza sobrehumana la toma de las muñecas y la arrastra hasta postrarla contra la pared. Ella grita y él le tapa la boca hasta casi asfixiarla. Cuando cae al suelo, siente que una mano sutilmente acaricia su cabello como pidiéndole perdón. «No te quiero más. ¡Aléjate de mi vida maldita porquería!», le recrimina mientras camina hacia donde tenía la foto de su ex, cuya imagen es la de Harry, y la rompe en pedazos con las manos. Un torbellino recorre toda la habitación poniéndola de cabeza. Los vidrios de la ventana explotan y el torbellino desaparece; él se había ido. Ella queda totalmente pasmada, pero ve esto como el fin de su relación con Harry. Al día siguiente de este suceso tan aterrador, Evangelina se deshace de todo lo relacionado a él y a los libros sobre entes y tulpas que había comprado. Pasan las semanas. Queriendo dejar toda esta experiencia en el pasado, comienza a salir con hombres reales para finalmente recuperar su vida normal. Misteriosamente, todas sus citas terminan con alguna peculiar situación que corta la relación. Ningún pretendiente parece demasiado interesado en algo más que su cuerpo, hasta que a su vida llega un hombre más joven que ella llamado, Alex. Ambos tienen varias citas hasta que por fin ella lo invita a su casa. Al cabo de una agradable cena, los dos terminan besándose, y ella lo lleva a su habitación. Mientras se besan y se tocan, preparándose para una noche llena de romance, Evangelina piensa en lo mucho que ha sufrido por hallar a un hombre como Alex. Al ser más joven, ella solía declinar sus reiteradas invitaciones, pero ahora se alegra de haberle dicho que si. Él le besa el cuello y ella lo desviste. Alex la besa en los labios y lentamente va bajando besándola en todo su torso hasta llegar hasta su entrepierna. Ella acaricia toda su cabeza y su espalda, riéndose con placer, pero algo ocurre que se detiene sin decir nada: ve la figura de Harry en la ventana, y en su rostro traslúcido se ve una iracundia desmesurada que da pánico. Un escalofrío le recorre todo el cuerpo, paralizándola de miedo. Alex se percata de que ella se había puesto rígida, y yergue su cabeza para mirarla a los ojos y preguntarle si se siente bien; su piel está fría y pálida como la de un cadáver. El joven no alcanza a darse vuelta para ver lo que ella veía, que una fuerza descomunal lo toma de pies y manos, suspendiéndolo en el aire estirando sus extremidades. «¡Harry, por favor, no lo hagas!», le implora ella, previendo lo que planea hacerle, pero ya es demasiado tarde como para exigirle algo. Harry comienza a torcer las extremidades de Alex hasta quebrarle las articulaciones. Los gritos del joven dejan consternada a Evangelina, que mira la escena con pavor y desolación. Sus ojos casi se salen de sus cuencas, y se cubre la boca con ambas manos rompiendo en llanto. «Si tan solo no hubiese hecho todo esto», se lamenta, pero ya es demasiado tarde como para arrepentirse. Luego de romperle ambos brazos y piernas, Harry da vuelta a Alex dejándolo de espaldas a Evangelina. Ella ve cómo le gira la cabeza hasta rompérsela, de modo que sólo queda sujeta al cuerpo por los músculos desgarrados del cuello; así, antes de que su cuello se rompiese, lo último que él ve es a ella llorando. El cuerpo sin vida del joven queda tirado en el suelo como un trozo de carne sin consistencia. Evangelina, al ver que Harry ahora va tras ella, reúne el poco coraje que le queda y sale corriendo de la habitación. Él la persigue por toda la casa, generando destrozos por donde pasa su aura maligna; que se había hecho más fuerte luego de haber asesinado a Alex por incrementar su conexión con el mundo físico. Evangelina se encierra en el baño, toma su celular y llama a Esther. «¡Cometí un error, un terrible error!», dijo sollozando. Esther se preocupa y la pregunta dónde está y lo que le había sucedido para que esté así. «¡Ayúdame, por favor!», le imploró antes de que la llamada se interrumpiese abruptamente. Cuando Evangelina mira el celular y se da cuenta de que la llamada se había cortado, intenta volver a llamar, pero el teléfono es brutalmente arrancado de sus manos por Harry, que le tira encima todos los objetos del baño para atormentarla. Ella corre hasta la entrada, abre la puerta lanzándola contra la pared, y sale pidiendo auxilio a quien pueda oírla. Antes de que consiga alejarse más de la casa, él llega por detrás y la toma de las piernas para derribarla y luego arrastrarla de nuevo hasta adentro. Sus gritos se oyen de lejos, pero nadie está allí para oírlos. Esther llama a la policía y sale de su casa para ir personalmente a la de Evangelina. La policía tarda tanto que es ella quien llega primero. Ver toda la casa dada vuelta, con todos los muebles fuera de lugar, volcados, y todas las ventanas de la casa rotas, le hace sentir un miedo que cala en sus huesos hasta hacerlos tiritar. Caminando entre el desastre, abre la puerta de la habitación de su amiga y se queda horrorizada por lo que ve; la mitad del techo y las paredes estaban destrozados, el cadáver descuartizado de Alex a un costado, y Evangelina siendo levantada en el aire por Harry, desnuda y con los brazos y las piernas rotas. Él está en una forma en la cual se puede ver con claridad su rostro lúgubre espectral, mirando a Esther con una sonrisa. Ella sólo puede ser espectadora de cómo su amiga es llevada por la tulpa, con los ojos empapados en lágrimas y su voz rota de tanto llorar, a través de un puente entre éste mundo y uno totalmente desconocido. Tanto Evangelina como Harry desaparecen en una bruma azulada entremedio de los escombros de la casa. Cuando llega la policía al lugar, le preguntan a Esther lo que había sucedido. Con la mirada anclada al vacío, ella contestó sin poder dar más detalles, «Se la llevó…». Los policías se miran entre ellos, desconcertados por verla totalmente quebrada emocionalmente. Ella está en shock, no puede ni hablar. En el aire había quedado una energía oscura y densa que habla por sí sola. Aunque es sólo para quienes tienen la capacidad de sentir el mal personificado, en una invisible obsesión.
Comenten qué les ha parecido y compartan con los suyos si les gustan también los cuentos de horror. Que la luz ampare su camino y la oscuridad les enseñe a transcurrirlo. ¡Hasta la próxima que volvamos a leernos! Adiós.
Aquí está el vídeo sobre las tulpas.
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