Los Enigmas de Sta. Ava Caterina - Leyendas de Romance y Eternidad
Hola, enamorados. Espero que estén muy alegres hoy, porque aquí vengo yo para deprimirlos. Nah, tampoco me creo tan importante como para que les afecte tanto lo que haga. En ésta ocasión voy ha contar dos leyendas de Sta. Ava Caterina en un sólo blog. ¿Qué les parece? La verdad es que están entrelazadas, es por eso que las voy a poner juntas en la misma entrada, blog, página... cómo quieran llamarlo. Hoy no hay sinopsis porque son leyendas cortas; no tiene demasiado sentido. Sólo voy a decir que se trata de un romance. Que la curiosidad sea la llave de la historia. ¡Al lío!
La Leyenda del Río Sor Sonia-Edna
Un niño se pierde cerca de un pequeño parque aledaño al río Sor Sonia-Edna. El infante corre sin rumbo buscando a su madre cuando rompe en llanto. Una agraciada dama se le acerca y le pregunta lo que le pasó. El niño se limpia sus lágrimas y le cuenta que soltó la mano de su madre yendo tras un gatito que maullaba cerca de un árbol. La mujer lo sostiene y se lo lleva para sentarse juntos a esperar a su madre. «¿Cómo sabes que vendrá?», le pregunta el niño con un rostro de completa inocencia que la enternece. «Porque siempre lo amado será retornado», contesta la mujer. El niño se queda sentado junto a ella. Sus pies cuelgan de la banca, así que juega con ellos un rato. Al mirar hacia el río se queda maravillado por los destellos que genera el reflejo especular del sol. Además de estar atardeciendo; eso siempre le agrega dramatismo a la vista. «Qué bello río», susurra él. La dama lo mira sonriente. Le agrada que le guste. «Yo vivo por aquí porque me encanta éste río. Me trae muchos recuerdos», confiesa. El niño asiente conforme y luego de una de esas largas y extrañas pausas que los niños suelen hacer al perderse en su mente, le pregunta cómo se llama el río. «Sor Sonia-Edna», responde la mujer. Como el pequeño le pregunta qué significa ese nombre, ella le cuenta la historia.En 1848, una joven llamada Sonia Edna Mulgren, nieta del afamado Peter Mulgren, el fundador de Sta. Ava Caterina, regresó a la ciudad junto a su madre en busca de la vida que habían dejado atrás tres años antes. Un día en el mercado, Sonia se topó con un vendedor de «amuletos mágico». Que según decía el vendedor, le conceden protección a quien los porte. Ella no creía mucho en esos amuletos; sin mencionar que su madre, Elisabetta Caledonia de Mulgren, era una férrea creyente de la iglesia católica y rechazaba toda esa clase de supersticiones paganas. Sin embargo, sí había quedado notoriamente encantada con uno de los dijes de color azul; el color de su sombrero y su color favorito. Pero ya se había gastado todos sus ahorros en las cosas que llevaba y no le alcanzaba el dinero para comprarlo. Al oírla, un joven se acercó y pagó el colgante por ella. Extrañada, le preguntó porqué lo haría si no se conocen; hasta ese momento no le había visto la cara. Era Noah, un amigo de la infancia. Los dos tuvieron su fortuito reencuentro luego de algunos problemas con la madre de Sonia unos años antes. Los jóvenes terminaron caminando juntos por un par de horas, paseando por los alrededores del mercado y luego a orillas del río Santa Julia. Al terminar su paseo, el joven la acompañó de regreso a su casa y al terminar la charla él se despidió y ella entró a su casa, sólo para vivir un calvario. «Ese infeliz es quien yo creo que es», la increpó su madre. Ella no deseaba contestar y la ignoró. «En mi casa se hace lo que dice Dios y luego yo». «Sí, es Noah. Sólo nos encontramos en el mercado y él amablemente me acompañó. Fin de la historia», respondió Sonia, harta de las incansables e injustas persecuciones de su madre. Lo cierto es, que esa noche se quedó pensando en él largo y tendido. La razón por la que su madre odiaba tanto a Noah fue por ser judío. Sonia nunca le dio importancia a las diferencias religiosas; mientras haya respeto, todo se puede hablar y entender. Pero su madre los odiaba a todos y a cada uno de los judíos que habitaba Sta. Ava Caterina. En el incidente de 1844, donde una sinagoga fue incendiada, con toda su gente dentro, por un grupo antisemita, ella guardó la nota del caso en El Zorzal Cantor para enmarcarla en la pared de su casa; como un cuadro del horror que ella veía con pasión. Noah al verla se indignó, y aunque no discutió por ello, sí le hizo saber la crueldad con la que su pueblo es tratado muchas veces. Desde entonces ella lo aborreció con toda la furia de su corazón. Ver a su hija hablando con él, como si nada, le giraba el cuchillo en la herida. Sonia no sabía si salía a caminar con Noah porque le gustaba hacerlo o porque le agradaba la idea de molestar a su madre. La respuesta la tuvo después de que él la besara una noche de verano en un paseo por el puente San Jorge. ¡Cómo les gustaba caminar por los puentes! Esos momentos los llenaba de dicha. Con ese beso entendieron que lo que sentían era mucho más que sólo ser amigos. En mitad de su sentido noviazgo, su madre los descubrió besándose bajo la sombra de un nogal en un campo cercano a su casa. Encolerizada, secuestró a su propia hija y la encerró en el Convento de La Inmaculada Madre de Cristo, a las afueras de Sta. Ava Caterina. En su encierro, alejada del amor de su vida, tuvo que soportar maltratos que nada tenían que ver con Dios. Sin perder su fe en Jesucristo, ni en el amor de Noah, resistió todos los embates del destino; menos el compromiso de Noah con una joven llamada Susan Cohen. Eso la destrozó. Hasta casi pierde su tenaz adoración al coronado hijo de Dios. Un día, una de sus hermanas le hizo llegar una carta a escondidas. «Es de un joven muy atento», comentó al dársela. El corazón de Sonia no pudo evitar soñar con que esa carta le perteneciera a su amado. Al leerla sus ojos se poblaron de lágrimas tan sinceras, como el amor en el corazón de Noah. Él le escribió que sus padres habían arreglado un matrimonio con una mujer de su comunidad, pero que, ha pesar de ser una noble persona, él no la amaba como la amaba a ella. Sonia no resistió la injusta vida que estaba llevando. Al leer en otra de las cartas de Noah, que él deseaba escaparse junto a ella, no lo dudó ni por un instante. Esa noche huyó del convento. El plan era verse a orillas del río en una zona céntrica de la ciudad, donde había un puente cuya construcción se vio indefinidamente suspendida, luego de un gran temporal hacía varios años. El párroco de la iglesia sospechaba que ella recibía cartas de Noah y le informó a Elisabetta para que esté al tanto. Siendo vigilada por unos radicales feligreses, compañeros de Elisabetta en su odio irracional hacia otras creencias. Esa noche del escape Noah es interceptado por los seguidores de Elisabetta y llevado a rastras del otro lado del río. Cuando Sonia llegó al punto de reunión se inquietó al ver que no había llegado. Uno de los captores de Noah le silba, y su mirada fue directo a la otra orilla del río. Su madre de pronto aparece detrás de ella sólo para decirle, «Te he advertido incontables veces sobre desobedecer a Dios y a mí». «No, yo sólo desobedecí tus órdenes, madre. Jamás he adjurado del señor». «¡Pero amas a un judío!», replicó. «¡Jesus era judío! ¡Si Dios estuviese en contra de que dos personas se aman, sin importar cuál sea su condición, ¿por qué creó el amor?!», sentenció la joven. Su madre no soporta que Sonia la sermonee a ella y ordena que maten a Noah. Sonia ve que los compañeros de su madre comienzan a golpearlo y desesperada por hacer algo al respecto, se lanza al río para llegar al otro lado. La corriente era brava, pues el día anterior había llovido en la montaña. Elisabetta les suplica que dejen a Noah y salven a su hija, pero los hombres del otro lado del río temieron entrar y no poder salir, rehusándose a arriesgar sus vidas. Noah lo intenta, pero habían fracturado una de sus piernas; ni siquiera pudo arrastrarse hasta el río para morir con ella. Sonia, sabiendo que la corriente indómita del río se la llevaría, miró a Noah y exclamó, «¡En ésta vida o en la otra, te encontraré!». Lo último que se supo de ella fue que la corriente se la llevó. El caso conmocionó el corazón de toda la ciudad. Como uno de los columnistas de Il Genovese era hermano de la madre de Noah, escribió la trágica historia en una sección especial en el periódico. Tres años más tarde, por presiones públicas y para que la historia ayude a recaudar fondos para la construcción definitiva del puente en mitad de la ciudad, el nombre del río fue cambiado a «Sor Sonia-Edna».La mujer en la banca, sentada elegantemente frente al río, se queda viendo a la distancia algo afligida por la emotividad de una historia tan sensible. El niño no vacila. Respira fuerte con sorpresa y exclama, «¡Qui drágico!». «‘Qué trágico’», corrige ella sonriendo, «Pero sí. Fue algo horrible. Lo fue porque ella tenía mucho amor para dar. Se dice que su fantasma merodea las orillas del río y ayuda a quienes se pierden en él si son llamados por una persona que los ama», concluye su historia con sus ojos llenos de un peculiar brillo nostálgico. En ese momento aparece la madre del niño llamándolo, «¡Marco, Marco!». «¡Mamá!», grita el pequeño con los ojos exaltados, antes de salir corriendo a su tierno reencuentro. La madre aliviada le agradece a la mujer por haberlo cuidado. «Quiero darle las gracias y no sé cómo. Dígame cómo se llama para tenerla en mis oraciones», le pide amablemente. «Sonia», responde la misteriosa mujer. «¿Como el río?», pregunta el pequeño Marco completamente maravillado. «Si, como el río».
La Leyenda del Puente Mostwitz
Una mujer pasea a orillas del río Sor Sonia-Edna. Es nueva en la ciudad. El atardecer está por llegar a la hora en la que se mezcla con el anochecer y ella está desorientada. Al pasar cerca del puente Mostwitz ve a un hombre palpando todos los bolsillos de su saco y los de su pantalón. Ella lo ve tan contrariado que se pregunta qué será lo que busca tan insistentemente. Al notar el cigarrillo apagado que cuelga de sus labios, comprende lo que busca. Y ahora que tiene la excusa para abordarlo, se le acerca amistosamente. «Disculpe, ¿por casualidad necesita uno de éstos?», le pregunta al mostrarle una cajilla de fósforo que sacude con sus dedos. «Oh, ¡hallelujah!», exclama el hombre aceptando el cerillo con gusto. «¿Hacia dónde desea ir?», indaga el extraño dándose cuenta de que ella está perdida. «¿Cómo supo lo que iba a preguntarle?», pregunta ella, algo molesta por que sus intenciones sean descifradas tan fácilmente. «Ah, ¿sí iba a hacerlo…? Supongo que conozco tan bien a cada alma errante que cruza este puente, que al no reconocerla pensé que estaría perdida. Además, nadie es amable a cambio de nada», contesta. La mujer se siente algo repelida por la actitud fanfarrona del hombre. Pero es natural en alguien que ha vivido muchas cosas. Ella le pregunta en qué dirección se encuentra la zona residencial exclusiva de las opulentas mansiones de Sta. Ava Caterina. «Mi esposo acaba de comprar una mansión que fue reconstruida luego de un incendio», comenta al pasar. El misterioso hombre, al encender su cigarrillo y disfrutar apasionadamente de él, evita responder de inmediato. Siente la imperiosa necesidad de contarle una historia. «¿Conoce la leyenda sobre éste puente?», pregunta de repente. La mujer se fastidia. No quiere perder más tiempo, pero tampoco desea ser descortés. Así que respira profundo y contesta en tono despectivo, «Espero que sea de terror. Porque a mi hija Lubélia le fascinan todas esas cosas morbosas». El hombre contesta que eso lo juzgará ella misma al final de la historia. La mujer asiente con resignación en su rostro y él le da una buena probada a su cigarrillo antes de contarle que el puente Mostwitz fue construido a raíz de una obsesión.Noah Mostwitz era un joven aplicado que hizo siempre lo que sus padres querían. Sus problemas empezaron cuando él se hizo amigo de una joven católica llamada Sonia. Ellos no aprobaban esa amistad, y mucho menos aceptaron que él se enamorase de ella. Luego de un fatídico día, en el que Sonia falleció al intentar cruzar nadando el río para salvarlo de ser apaleado, él se obsesionó con una idea. «Si tan solo hubiera habido un puente aquí», se lamentó al verse incapaz de salvar a su amada de morir ahogada. En esa zona de Sta. Ava Caterina siempre se intentó construir un puente. Misteriosamente, fueron varias las veces en las que algo ocurrió y su elaboración se vio retrasada o incluso cancelada y luego relanzada. La última vez que se intentó construir un puente allí fue en 1842. El 16 de octubre, luego de una tremenda tormenta donde el agua cayó copiosamente desbordando el río Santa Julia, una inundación arrastró los cimientos del puente. La familia de Noah estaba a cargo de la construcción de dicho puente, pero su padre era un hombre codicioso y avaro, quedándose con el dinero de la construcción. El alcalde de la ciudad en aquel momento, Francisco Pugliese, demandó a la compañía Mostwitz por acciones fraudulentas; el litigio duró varios años. Noah se encontraba inducido en una profunda tristeza luego de la muerte de su amada Sonia. Desesperado por recuperar su cuerpo, agotó esfuerzos en esa misión. Ayudado por algunos amigos, ya que él había sufrido una fractura en una de sus piernas, Noah halló el cadáver de Sonia a orillas del río dos días después de ahogarse. De su cuello todavía colgaba un dije que él le había comprado y ella atesoraba más por su valor sentimental que por su valor monetario. Arrastrándose con su pierna en mal estado, sostuvo su cuerpo y la besó en la boca demente por la inaguantable angustia; demente de amor por ella. «En ésta vida o en la otra, te encontraré», susurró a su oído, replicando sus últimas palabras. Decidido a crear un altar secreto para su amor, embalsamó el cuerpo de Sonia para preservarlo, aguardando el momento en el que podría llevar a cabo su plan. Guardado en su propia casa, el cuerpo embalsamado de Sonia fue una gran inspiración y motivación; la perdición para él. En 1851 sucedió a su padre al frente de la compañía familiar y relanzó la idea de la construcción del puente. Obsesionado con la idea de que ese puente hubiese salvado a Sonia, comenzó su bendita construcción cumpliendo el convenio con el gobierno local y saneando el conflicto legal. En 1854, a punto de lograr su cometido, Noah llevó el cuerpo de Sonia al puente y la colocó debajo de donde iría la última carga de cemento. Cuenta la leyenda que él se desnudó y luego le quitó la ropa al cuerpo de Sonia también. Se subió encima de ella y le dijo, «Nos fundiremos en un abrazo eterno como nuestro amor», y se quitó la vida. Al día siguiente, los obreros finalizaron el puente sin ver los cuerpos por estar estratégicamente ocultos en la estructura. Il Genovese, un prestigioso periódico donde trabajaba su tío, narró una carta que su sobrino le había enviado unos días antes de su repentina desaparición a pocos meses de ver culminada su gran obra; la obsesión que lo mantuvo vivo durante seis años. «‘¿La vida es cruel? Esa pregunta no se la hace nadie. Todos lo afirmamos sin cuestionarnos nada. Lo cierto, es que así como puede ser un drama carente de sentido, también puede obsequiarnos momentos de satisfactoria felicidad. ¡A nosotros!; seres insignificantes cuya existencia efímera no valdría la pena tantas molestias. Si la vida fuese una persona, estaría realmente muy confundida, pues oye de nosotros sentidos agradecimientos y luego hirientes agravios. Le doy las gracias a Dios por la vida que me dio; aunque tengo la fe de que la siguiente será aún mejor, ya que podré estar junto a mi amada Sonia. También le pido perdón a Dios, por despojarme de la vida que él me obsequió. Pero los regalos, una vez que son entregados, le pertenecen a su destinatario. Y yo con mi presente, haré mi voluntad. Estaré en la eterna búsqueda de mi amor, Sonia’», firmó Noah Mostwitz aquella famosa carta. Luego de esa nota en el periódico fue que aparecieron los rumores sobre su decisión de suicidarse.El hombre del puente llega al final de su cigarrillo y lo apaga. Concluye diciendo, «Se cuenta en la leyenda que el espíritu de Noah y el de su amada son vistos por los forasteros, paseando por el puente y tomados de la mano. ¿Y bien…? ¿Qué le ha parecido la leyenda?». La mujer lo está escuchando con un semblante serio que esboza su deseo de que acabe la narración pronto. «Es una leyenda como cualquier otra. Algo simplona, aunque funcional», contesta. El hombre oprime sus labios con pesar al ver que la mujer no disfrutó tanto de su historia y asiente comenzando a despedirse. En ese momento llega una mujer con un sombrero azul. «Mi amor, ¿dónde te habías metido?», pregunta él. «Estaba charlando con un pequeño que se había perdido», responde risueña. «En fin. Lamento si le hice perder su tiempo. La zona que busca está siguiendo el camino del río hacia el sureste», sentencia el misterioso hombre a la mujer con quien había estado platicando sobre la leyenda. Él y la mujer de sombrero azul, que parecía ser su esposa, se van caminando a ritmo pausado y calmo, paseando con la tranquilidad como si el tiempo no corriera para ellos. La mujer extraviada le agradece las indicaciones. Cuando enfila para marcharse, de pronto se queda parada, apenada por la forma vulgar y fría con la que había descrito la leyenda que, al final, sí le había gustado. Al darse la vuelta para disculparse con el hombre, un escalofrío le recorre toda la espalda. El puente Mostwitz es bastante extenso como para que alguien lo cruce a pie tan rápido, y, sin embargo, el hombre y su esposa ya no estaban allí.
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